En estos tiempos donde la tecnología nos rebasa sin pedir permiso, más que compartir algunas ideas sobre los nuevos desafíos de la inserción laboral, hoy levanto una bandera de alerta. Una señal dirigida a las instituciones educativas, que muchas veces siguen formando profesionistas con planes de estudio del siglo pasado, cuando el presente —y sobre todo el futuro— exige otra cosa. Graduamos jóvenes que egresan con títulos, pero con herramientas desactualizadas, en un entorno donde ya no basta con saber; ahora hay que aprender a aprender, y hacerlo de forma continua, en un mundo gobernado por datos, algoritmos e inteligencia artificial.
Y es que el trabajo no es solo una fuente de ingresos. Es integración social, identidad, dignidad. Da sentido a la vida. Pero ¿a qué condiciones se enfrenta un joven cuando busca su primer empleo? La inserción laboral hoy no depende solo del mérito o del esfuerzo. Está marcada por tensiones estructurales: una economía cambiante, una cultura profesional en transición, y un entorno donde lo digital se ha convertido en el nuevo idioma del progreso. Aquí, quien no se adapta, desaparece.
Surge entonces un concepto que ya no se puede ignorar: fuerza de trabajo líquida. Lo escuché por primera vez hace un tiempo, sin prestarle mucha atención. Hoy me parece fundamental. En este nuevo ecosistema laboral, dominado por la inteligencia artificial, ya no basta con tener un título profesional. No. Ahora se exige pensamiento ágil, habilidades digitales, capacidad para colaborar con máquinas inteligentes y, sobre todo, una mente abierta al cambio continuo.
La IA no solo automatiza tareas: transforma ocupaciones, redefine procesos y exige nuevas formas de pensar. El profesionista de hoy debe ser capaz de trabajar con algoritmos, interpretar datos, usar asistentes inteligentes y tomar decisiones junto a sistemas que aprenden. Esto cambia todo. Ya no se trata de competir con la máquina, sino de aprender a convivir con ella, complementarse y crecer juntos.
Desde la teoría marxista, la “fuerza de trabajo” es la capacidad física y mental de una persona para producir. En el siglo XXI, esa fuerza es líquida porque debe ser flexible, maleable, formarse y reformarse constantemente. En este nuevo modelo de acumulación capitalista, donde la inteligencia artificial representa la palanca principal de productividad, el trabajo ya no se mide solo en horas-hombre, sino en valor cognitivo y adaptabilidad tecnológica.
Lo decía Eduardo Galeano con su habitual lucidez: los males del mundo moderno —el desempleo, la desigualdad, la violencia— no son fruto del azar, sino consecuencia del modelo económico. Y si hablamos del desempleo juvenil, la conexión con el avance tecnológico es innegable. La automatización y la IA están reemplazando empleos enteros. Pero también están creando nuevas oportunidades… si sabemos prepararnos. El problema es que muchos sistemas educativos, especialmente en regiones como Guerrero, aún no se adaptan a esta nueva realidad.
INEGI, CEPAL y la OIT lo documentan: los países que no inviertan en formación tecnológica para sus jóvenes quedarán rezagados. Y en nuestro país, la brecha digital es una barrera real. Mientras en algunas ciudades se enseña programación con inteligencia artificial en secundaria, en otras zonas rurales apenas hay acceso a internet. Así de desigual es el terreno de juego.
Pero este no es un espacio para la queja, sino para la acción. ¿Cuál es la fórmula para que un egresado triunfe en este mundo regido por la IA? No existe una receta única. Pero hay principios clave: formación continua, habilidades digitales, capacidad de análisis crítico, apertura a la innovación y espíritu colaborativo. No es solo saber usar una herramienta; es entender su lógica, prever su impacto, y actuar con ética y visión humana.
El conocimiento ya no es un bien estático. Según organismos internacionales, en solo 60 segundos se produce en internet más información de la que antes se generaba en décadas. Para visualizar este vértigo informativo, invito al lector a visitar www.worldometers.info/es, un sitio que en tiempo real muestra cómo avanza el mundo: población, consumo, libros publicados, energía gastada, y sí, también cuántos correos electrónicos o búsquedas de Google se generan cada segundo.
En este entorno, el nuevo profesionista no puede ser rígido. Debe ser como el agua: fluir, adaptarse, moldearse según las circunstancias. Ser humilde ante el conocimiento, capaz de cambiar de ruta cuando sea necesario, dominar los lenguajes tecnológicos y tener la capacidad de integrar el trabajo humano con las herramientas inteligentes.
Los estudios más recientes sobre la relación entre educación y trabajo coinciden: el éxito laboral ya no depende únicamente del saber técnico, sino del desarrollo de habilidades cognitivas, la capacidad de gestión del conocimiento, la innovación y la agilidad emocional. El mundo ya no premia solo al que memoriza, sino al que crea, transforma y se reinventa.
Así que a los jóvenes les digo: prepárense. El futuro no está escrito, pero sí puede ser construido. No teman a la inteligencia artificial: conózcanla, domínenla y conviértanla en su aliada. Porque el éxito profesional, en esta nueva era, no dependerá de lo que sabes, sino de lo que estás dispuesto a seguir aprendiendo.
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